Y besar tu cuello y acariciar tu vientre mientras digo que soy capaz de darle la vuelta al mundo para abrazarte por la espalda. Así te quedaría claro que eres amada por mí.
It's as simple as something that nobody knows
martes
Y besar tu cuello y acariciar tu vientre mientras digo que soy capaz de darle la vuelta al mundo para abrazarte por la espalda. Así te quedaría claro que eres amada por mí.
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Fue una larga noche, tal vez la más larga de mi vida. La pasé sentado junto a la tumba de Rosa, hablando con ella, acompañándola en la primera parte de su viaje al Más Allá, cuando es más difícil desprenderse de la tierra y se necesita el amor de los que quedan vivos, para irse al menos con el consuelo de haber sembrado algo en el corazón ajeno. Reproché a Rosa los años que pasé metido en un hoyo en la mina, soñando con ella. No le dije que no había visto más mujeres, en todo ese tiempo, que unas miserables prostitutas envejecidas y gastadas, que servían a todo el campamento con más buena voluntad que mérito. Pero sí le dije que había vivido entre hombres toscos y sin ley, comiendo garbanzos y bebiendo agua verde, lejos de la civilización, pensando en ella noche y día, llevando en el alma su imagen como un estandarte que me daba fuerzas para seguir picoteando la montaña, aunque se perdiera la veta, enfermo del estómago la mayor parte del año, helado de frío en las noches y alucinado por el calor del día, todo eso con el único fin de casarme con ella, pero va y se me muere a traición, antes que pudiera cumplir mis sueños, dejándome una incurable desolación. Le dije que se había burlado de mí, le saqué la cuenta de que nunca habíamos estado completamente solos, que la había podido besar una sola vez. Había tenido que tejer el amor con recuerdos y deseos apremiantes, pero imposible de satisfacer, con cartas atrasadas y desteñidas que no podían reflejar la pasión de mis sentimientos ni el dolor de su ausencia, porque no tengo facilidad para el género epistolar y mucho menos para escribir sobre mis emociones. Le dije que esos años en la mina eran una irremediable pérdida, que si yo hubiera sabido que iba a durar tan poco en este mundo, habría robado el dinero necesario para casarme con ella y construir un palacio alhajado con tesoros del fondo del mar: corales, perlas, nácar, donde la habría mantenido secuestrada y donde sólo yo tuviera acceso. La habría amado ininterrumpidamente por un tiempo casi infinito, porque estaba seguro que si hubiera estado conmigo, no habría bebido el veneno destinado a su padre y habría durado mil años. Le hablé de las caricias que le tenía reservadas, los regalos con que iba a sorprenderla, la forma como la hubiera enamorado y hecho feliz. Le dije, en resumen, todas las locuras que nunca le hubiera dicho si pudiera oírme y que nunca he vuelto a decir a ninguna mujer. Esa noche creí que había perdido para siempre la capacidad de enamorarme, que nunca más podría reírme ni perseguir una ilusión. Pero nunca más es mucho tiempo. Así he podido comprobarlo en esta larga vida..
La casa de los espíritus.
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Soy un mal amigo. Pésimo. Terrible. Es algo que siempre aviso desde el vamos a la gente que se siente predispuesta a entablar una amistad conmigo. No puedo prometer estar en las buenas y en las malas, soy un tipo con reacciones extrañas: no siempre voy a tener ganas de escucharte y mucho menos me voy a arriesgar a decirte que lo nuestro nunca se va a terminar.
Aparte, si ni siquiera puedo sostener mi decisión en Mc Donald’s acerca de lo que voy a comprar desde que comienzo a hacer la cola hasta que llego a la caja, ¿cómo te voy a mentir diciéndote que algo es para siempre?
Me desaparezco. Mucho. Y soy muy colgado. Soy poco demostrativo y demasiado bruto. Tengo un tipo de humor bastante raro y puedo hacer chistes sobre cualquier cosa mala que te haya ocurrido.
Quizá, como yo necesito reírme de las cosas malas que me pasaron, pienso que los demás deberían hacer lo mismo, y ahí está mi error: los demás no siempre son como yo.
Probablemente de la nada creas que estoy distante y me lo reproches. Ese día va a ser una de las pocas veces que logres enojarme. Y yo no me enojo nunca. Bah, casi nunca.
Pero como decía antes, no vas a poder reprocharme eso porque lo dejé claro de antemano cuando te aclaré que soy un mal amigo. Pésimo. Terrible.
No hay letra chiquita en este contrato. Es simple, vos sabés en lo que te estás metiendo al aceptar. Quizá te des cuenta de que no lo podés soportar y te quieras salir de eso, pero una vez que estampaste tu firma ya es demasiado tarde. Porque para ese entonces yo ya te voy a querer y no te voy a permitir que incumplas tu parte del contrato. Justo vos, que sí creías que la amistad era para siempre y que podías estar en las buenas y en las malas. La parte difícil es practicar lo que se predica y por eso yo no predico. Si no te prometo absolutamente nada y partimos de la base de que no tenés que esperar nada de mí, cualquier cosa que yo haga a partir de ese momento va a ser buena. Es como negativismo a la inversa.
Igual, miento, hay una cosa que sí te puedo prometer: voy a aceptar todo de vos. Incluso, si un día llegás a tener la necesidad de matar a alguien, me enojaría muchísimo no ser la persona a la que llamás en estado de shock para que te ayude a esconder el cuerpo y limpiar la sangre.
Hoy me desperté pensando en los inconscientes que firmaron ese contrato, los locos que después de saber todo esto igual lo harán y también, ¿por qué no? En los que lo rompieron. Deberían darles un premio por querer a alguien tan poco querible